Categoría: Reflexiones
Escrito el día 25-octubre-2015 por Juan Toral
Trabajar al borde del abismo suele hacerte relativizar todo. Cuando los amigos me preguntan que si me mareo ante la sangre o me sorprendo cuando llega un gran quemado, una herida abierta o un paciente con un hueso roto, la respuesta suele ser no. Cuando uno trabaja a diario y durante tanto tiempo seguido (más de dos años y medio continuados a estos niveles puede considerarse mucho tiempo) uno termina desarrollando una capa aislante que repele sentimientos que harían imposible el día a día como el dolor, el asco o el pudor. Uno llega a acostumbrarse a la muerte ya que no podemos obviar que en un hospital en general y en un servicio de Urgencias en particular, el éxitus es una posibilidad que suele menospreciarse pero que en las apuestas siempre estaría bien cotizada.
Una de las cosas de las que estoy orgulloso de mí mismo es la capacidad de resilencia que tengo. Soy una persona con bata y fonendo y otra bien distinta cuando dejo en la taquilla mis atributos de médico y paso a ser persona. Es salir del hospital y tengo la capacidad de “olvidar” los casos complicados, los problemas, la saturación, la consulta, las quejas de los pacientes e incluso el dolor. Durante mi turno de trabajo intento dar lo mucho o poco que tengo para ayudar al que acude a Urgencias, pero soy capaz de distinguir mi realidad laboral de la personal que se edifica tras los muros del complejo hospitalario.
Los medios de comunicación y sobre todo alguna serie televisiva o películas han ayudado a desdramatizar el día a día en un servicio de Urgencias: Hospital Central, House, Anatomía de Grey o Emergencias acercaron a las pantallas de cada familia la realidad figurada de nuestra profesión, que en ocasiones tiende a desvirtuarse. Y es que acostumbrados a algún alta directa, a ciertas banalidades que se cuelan al saltarse el necesario filtro inicial de los Centros de Salud, a la adrenalina que da una parada cardiorrespiratoria o a enfrentarnos a alguien que precisa un quirófano de urgencia, el médico suele acostumbrarse a moverse en estos derroteros. Pero en ocasiones, las guardias te dan una bofetada de realidad, te zarandean por la solapa de la bata y te demuestran lo importante que es la salud y la suerte que tienes de estar sano. Es curioso, trabajo entre enfermedad e historias trágicas pero sé llevar ese peso en mi mochila de trabajo…pero en ocasiones, la mochila la cargan con plomo y das de bruces con la realidad.
Una de mis últimas guardias fue un día de esos. Atiendes a un paciente poco mayor que tú por un dolor abdominal. Pides pruebas para descartar una posible inflamación de la vesícula o en el peor de los casos una dilatación de la vía biliar…Las pruebas iniciales y la exploración parecen ir encaminado hacia ello…y de repente recibes el diagnóstico del radiólogo que te indica que estás ante un tumor de páncreas con múltiples metástasis hepáticas. Miras al paciente que te saca 9 años y piensas en su mujer que acaba de entrar para mitigar las largas esperas en Urgencias; piensas si tendrán hijos y sin conocerlo del todo te imaginas su vida, su día a día, su familia: ¿tendrá hijos, será feliz, le gusta hacer deporte? Y piensas en ese momento sobre cómo será tu vida cuando tengas su edad y estrenes la década de los 40…y te das cuenta de lo puñetera e injusta que puede llegar a ser la vida, capaz de en un segundo, darte o quitarte todo según caiga la moneda lanzada al aire que guía nuestro destino.
Ese día mientras cenaba y brindaba con una copa de vino, fui incapaz de borrar su nombre, su cara, su posible historia personal y ese diagnóstico tan hijo de puta que me dio un puñetazo de realidad en la boca del estómago hasta dejarme sin aire.
La muerte siempre nos gana la batalla, la pregunta es ¿cuándo?. Así que disfrutemos la vida y dejemos a un lado las cosas insignificantes que nos hacen vivir amargados…a fin de cuenta solo vivimos una vez.
Que tengas suerte “amigo”, porque aunque tú no lo sepas y tan solo hayamos coincidido unas horas, siempre irás conmigo como cicatriz de guerra.
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