Categoría: Curiosidades
Escrito el día 06-noviembre-2013 por Juan Toral
Los holocaustos y genocidios dejan al descubierto la delgada línea roja de la moralidad, la ética y la frontera entre el bien y del mal.
Hannah Arendt, teórica política alemana, y corresponsal para la revista The New Yorker, que fue una de las más influyentes filósofas políticas alemanas y posteriormente estadounidense de origen judío, publicó su libro “Eichmann en Jerusalen, un informe sobre la banalidad del mal”, a raíz de la cobertura mediática que tuvo el juicio público contra Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS, encargado del transporte a los campos de concentración y exterminio, que fue apresado por un comando israelí en Argentina.Con la banalidad del mal, se cumplen las bodas de plata de una de las grandes polémicas intelectuales del siglo XX.
En 1961, en Israel se llevó a cabo el juicio por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial sobre el alemán Adolf Eichmann. El proceso centralizó los focos mediáticos mundiales debido a la trascendencia del mismo. Eichmann no estaba acusado tan solo por crímenes contra el pueblo judío, sino que era extendido contra la humanidad y pertenencia a un grupo organizado con fines criminales. En este proceso judicial, Adolf fue condenado por todo ello y recibió el castigo del ahorcamiento en 1962, en las inmediaciones de Tel Aviv.
Arent no sólo en su libro describió el proceso judicial, sino que realizó un análisis sobre el “individuo Eichmann”. Según el exhaustivo análisis, Arent llegó a sentenciar que Adolf no poseía trayectoria antisemitas ni presentaba rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Su comportamiento como ejecutor se debió según la corresponsal, por el simple deseo de ascender en su carrera profesional, a través del cumplimiento de las órdenes que recibía de sus superiores. Como si de un autómata se tratase, Eichmann cumplía las órdenes sin reflexionar sobre la causa-efecto de las ejecuciones que llevaba a cabo, y lo hacía con eficiencia, sin dejar atisbos de sentimientos del bien o del mal sobre sus actos. La secuencia estaba clara: ordenaba matar con la pulcritud de un oficinista que, una vez cumplido su horario, regresaba a casa a disfrutar de su vida hogareña. La conclusión de Hannah Arendt es que el genocidio fue posible por la actuación de muchos individuos como Eichmann, que en principio no estaban predestinados a ser malvados. A diferencia de lo que muchos pensaban hasta entonces, el mal no es detectable, ni diagnosticable, con lo cual puede manifestarse en personas con una apariencia normal.Arendt era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos.
Para Arendt, Eichmann no era el monstruo, el pozo de maldad que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. De hecho, Arendt llegó a definirlo como que no era un ser demoniaco sino un diligente funcionario, lector de Kant, alérgico a la violencia y empeñado en cumplir las órdenes, un ser banal al que la irreflexión “le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”
Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos malvados no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
“La banalidad del mal” describe el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión hacia otros seres humanos, para los que no se han encontrado traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En resumen: eran “personas normales”, a pesar de los actos que cometieron, por lo que la semilla del mal puede ser un germen que afecta a cualquier persona en el engranaje burocrático de los sistemas que gobiernan y dirigen el mundo.
Muchas han sido las críticas que suscitaron en torno al término “La banalidad del Mal”, y atacan la idea de que estos ejecutores a grandes escalas fueran simples burócratas, y es que la trivialidad de los crímenes puede hacer que éstos se produzcan cuando se manipule el discurso ético dentro de una época. Este veneno en el discurso y las formas, incluso pueden hacer pensar a gente como Eichmann que están siendo parte de algo bueno.
A raíz de todo esto e inmersos en la situación política actual donde desahucios, expropiaciones, recortes de becas de estudios y comedores se toman a cabo con tanta frialdad gestora, me pregunto si nuestros dirigentes no sufren parte de ese proceso de enajenación mental que parece adueñarse de personas normales como Eichmann capaces de ser partícipes de uno de los mayores genocidios de la historia sin tener toma de conciencia de sus actos. Y es que hay que tener muy presente que las decisiones que se toman en Congresos y Parlamentos entre el aplauso fácil y vacío de tu compañero del hemiciclo puede repercutir en la vida de muchos sufridores, que como el pueblo judío en su época, se veían abocados a su fúnebre suerte.
Y para terminar, una recomendación. Película Hannah Arendt
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