Categoría: Curiosidades
Escrito el día 10-agosto-2013 por Juan Toral
¿Qué tienen en común la Alemania nazi de Hitler, un grupo de hooligans que atacan a alguien que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado o una banda callejera?
Muchos verán la utilización de la violencia como medio de expresión, otros su organización estratificada a modo de pelotón de batalla; algunos se decantarán por la desproporcionada respuesta con la que actúan y otros verán en la sangre y el dolor la finalidad de estas tres organizaciones tan dispares y similares al mismo tiempo. Pero hay un algo psicológico adyacentes a todos los ejemplos expuestos que explican su modus operandi: el efecto masa y la obediencia, la responsabilidad diluida.
¿Actuarían de la misma manera cada integrante de los grupos mencionados si no estuvieran respaldados por la fuerza que les da el grupo? ¿Sería capaz de contagiarse cada alemán sin una nación escondida bajo el antifaz de la enajenación temporal? ¿Sería capaz un skinhead a enfundar su bate en la cabeza de una persona de izquierdas, homosexual o de una etnia diferente sin un camarada a su lado que aliente y cubra las espaldas? ¿Sería capaz un operario de una cárcel de alta seguridad a aplicar algunos de los métodos de tortura (como fue en Abu Ghraib y Guantánamo) que efectuaron sin el entorno en el que cometieron dicha tortura? ¿Pensaría igual alguien inmerso en una secta sino estuviera en ella?
Me temo que la negativa es la respuesta de las anteriores preguntas, y es que hay una explicación que da los motivos a este fenómeno nocivo que parece meternos en el lodo de la locura pasajera, que en psicología se define como “el efecto masa, la obediencia; la responsabilidad diluida”
Inmersos en un grupo, el sentido de responsabilidad tiende a diluirse. Las personas nos comportamos de manera distinta cuando estamos a solas que cuando estamos acompañadas.
La capacidad para actuar conforme a los propios principios disminuye y el miedo a sobreactuar se hace patente. Llegados a este punto, usted puede pensar que los ejemplos anteriormente citados son seres enfermos, radicales o extremistas, pero lejos de todo ello, todos podemos virar al otro lado de la balanza. Estamos ante un hecho excepcional o es la norma para todas las poblaciones? Piense por un momento la siguiente respuesta: ¿Estamos libres del efecto degradante de las masas?
Hay que tener en cuenta que la obediencia, entre otras cosas, implica una inhibición de la responsabilidad individual; el sujeto no se siente responsable de los actos que realiza cuando cumple órdenes, simplemente los ejecuta sin plantearse en la mayoría de los casos los por qué.. El comportamiento humano cuando un individuo se encuentra inmerso en una masa de gente suele ser común para todos nosotros y se tiende a hacer lo mismo que hacen los demás, por lo que encontramos justificación a nuestros actos. El efecto masa es ciertamente peligroso, ya que supondría fijarnos en el grupo para decidir qué hacer y reproducirlo sin reflexión.
En situaciones críticas o poco habituales el individuo pierde la seguridad en sus decisiones por lo que la tendencia en estos casos es mirar a los demás para saber cuál es la respuesta adecuada, imitar a la mayoría para sentirnos seguros y encontrar amnistía para nuestra incertidumbre.
Hay que ser muy valiente para vencer al ogro de la mayoría. Una vez escuché de la boca de Jesús Quintero una frase: que viene al caso que estamos tratando: “la mayoría es un monstruo con una sola cabeza”.
La capacidad de actuar de manera distinta a como lo hace el resto, de no obedecer, de no imitar, de arriesgarse a destacar por un acto original y contrario a las expectativas generadas por el contexto, contrario a lo que hacen y piensan los demás, sin el respaldo de un grupo, es la única vacuna contra la apatía que se deriva de la obediencia ciega y del efecto de la masa; la capacidad de desarrollar un sentido valiente de responsabilidad, individual y colectiva. Muchas han sido las personas que se han desmarcado de imitar a la mayoría, de dejarse llevar, pero mención especial se merece Hannah Arendt, que fue una filósofa política alemana de origen judío, de las más influyentes del siglo XX, que es el ejemplo perfecto para ejemplarizar la manera de vencer al efecto masa.
Desde el mundo de la psicología social se han buscado respuestas y explicaciones para todo esto. Una de las figuras más influyentes en este tipo de conocimiento, fue Stanley Milgran, que en los años 60 llevó a cabo un experimento que ha pasado a los anales.
El experimento Milgran: OBEDIENCIA A LA AUTORIDAD
(extraído de kindsein.com)
Milgram quería averiguar con qué facilidad se puede convencer a la gente corriente para que cometan atrocidades como las que cometieron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Quería saber hasta dónde puede llegar una persona obedeciendo una orden de hacer daño a otra persona.
Puso un anuncio pidiendo voluntarios para un estudio relacionado con la memoria y el aprendizaje.
Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con distinto tipo de educación, desde sólo la escuela primaria hasta doctorados. El procedimiento era el siguiente: un investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.
Les dice a ambos que el objetivo es comprobar cuánto castigo es necesario para aprender mejor, y que uno de ellos hará de alumno y el otro de maestro. Les pide que saquen un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento. Al cómplice siempre le sale el papel de «alumno» y al participante, el de «maestro».
En otra habitación, se sujeta al «alumno» a una especie de silla eléctrica y se le colocan unos electrodos. Tiene que aprenderse una lista de palabras emparejadas. Después, el «maestro» le irá diciendo palabras y el «alumno» habrá de recordar cuál es la que va asociada. Y, si falla, el «maestro» le da una descarga.
Al principio del estudio, el maestro recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará en el «alumno». Después, le dicen que debe comenzar a administrar descargas eléctricas a su «alumno» cada vez que cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga cada vez. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).
El «falso alumno» daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y, por cada fallo, el profesor debía darle una descarga. Cuando se negaba a hacerlo y se dirigía al investigador, éste le daba unas instrucciones (4 procedimientos):
Procedimiento 1: Por favor, continúe.
Procedimiento 2: El experimento requiere que continúe.
Procedimiento 3: Es absolutamente esencial que continúe.
Procedimiento 4: Usted no tiene otra alternativa. Debe continuar.
Si después de esta última frase el «maestro» se negaba a continuar, se paraba el experimento. Si no, se detenía después de que hubiera administrado el máximo de 450 voltios tres veces seguidas.
Este experimento sería considerado hoy poco ético, pero reveló sorprendentes resultados. Antes de realizarlo, se preguntó a psicólogos, personas de clase media y estudiantes qué pensaban que ocurriría. Todos creían que sólo algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Sin embargo, el 65% de los «maestros» castigaron a los «alumnos» con el máximo de 450 voltios. Ninguno de los participantes se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios.
A medida que el nivel de descarga aumentaba, el «alumno», aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el vidrio que lo separa del «maestro», gimiendo. Se quejaba de padecer de una enfermedad del corazón. Luego aullaba de dolor, pedía que acabara el experimento, y finalmente, al llegar a los 270 voltios, gritaba agonizando. El participante escuchaba en realidad una grabación de gemidos y gritos de dolor. Si la descarga llegaba a los 300 voltios, el «alumno» dejaba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar.
Al alcanzar los 75 voltios, muchos «maestros» se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus «alumnos» y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar. Al llegar a los 135 voltios, muchos de los «maestros» se detenían y se preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su «alumno».
En estudios posteriores de seguimiento, Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes que los hombres, aunque más nerviosas. El estudio se reprodujo en otros países con similares resultados. En Alemania, el 85% de los sujetos administró descargas eléctricas letales al alumno.
Remar contra marea o dejarse arrastrar por ella. Ser o no ser. Decidir o acatar. La decisión es nuestra.
Postada: quiero recomendar una película que trata parte de la responsabilidad diluida y el efecto masa: Sophie Scholl: los últimos días
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