Categoría: Curiosidades
Escrito el día 06-septiembre-2013 por Juan Toral
A buen seguro que todas/os hemos oído hablar sobre el Síndrome de Estocolmo, ese famoso vínculo emocional que las víctimas de un secuestro llegan a experimentar con su captor al que terminan defendiendo, abducidos por los mecanismos patológicos que se establecen en dicha situación de sumisión. Cuando se habla de este síndrome, se tiende a pensar en narcotráficos, en grandes secuestros, en bandas terroristas que tienen encadenado a su rehén mientras alimentan con un mendrugo de pan y un cazo de agua. Pero si aumentamos el foco, podemos encontrar este síndrome cerca nuestra, en el día a día de muchas personas que viven encadenadas por la sumisión y los vínculos a los que se aferran y necesitan, llegando a defender lo indefendible, como podría ser el caso de las víctimas de violencia de género que siempre buscan o tienen un pero para justificar la bajeza y cobardía del que impone su autoridad a base de imposiciones y violencia.
¿Pero en qué consiste exactamente el Síndrome de Estocolmo? ¿De dónde viene su nombre? ¿Cómo se produce? A continuación intentaré desmenuzar el esqueleto de este popular síndrome del que conocemos tanto como desconocemos
¿Qué es?
Podríamos definir al Síndrome de Estocolmo como un trastorno emocional que se caracteriza por la justificación moral y el sentimiento de gratitud de un sujeto hacia otro de quien forzosa o patológicamente dependen sus posibilidades reales o imaginarias de supervivencia.
Dicho de otra manera, es un estado psicológico en el que la víctima de un secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía.
Según la corriente psicoanalítica el síndrome de Estocolmo sería entonces una suerte de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder a la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación, de simpatía, de agrado por su captor.
El Síndrome de Estocolmo no ha sido caracterizado como entidad diagnóstica propia en la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV), pero sí se lo reconoce como un fenómeno psicopatológico de plataforma traumática.
Historia
En 1973 en la ciudad de Estocolmo (Suecia) tuvo lugar un asalto a un banco en el que los delincuentes fueron descubiertos por la policía y retuvieron a los empleados y a los clientes que habían sorprendido en el interior como rehenes durante varios días.
Jan Erik Olsson, un presidiario de permiso entró en el banco Kreditbanken de Norrmalmstorg, en el centro de la ciudad. Al ser alertada la policía, dos oficiales llegaron de forma casi inmediata. El atracador hirió a uno de ellos y mandó al segundo sentarse y cantar. Olsson tomó cuatro rehenes y exigió tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas.
El gobierno se vio obligado a colaborar y le concedió el llevar allí a Clarck Olofsson, amigo del delincuente. Así comenzaron las negociaciones entre atracador y policía. Ante la sorpresa de todos, una de los rehenes, Kristin Ehnmark, no solo mostraba su miedo a una actuación policial que acabara en tragedia sino que llegó a resistirse a la idea de un posible rescate. Según decía, se sentía segura.
En el transcurso de ese tiempo de negociaciones, los rehenes se identificaron con los raptores hasta tal punto que colaboraron con ellos protegiéndoles de las acciones policiales. Tras seis días de retención y amenazas del secuestrador, de cuyo lado se puso la propia Ehnmark, la policía decidió actuar y cuando comenzaron a gasearles, los delincuentes se rindieron. En el momento de la liberación, un periodista fotografió el instante en que Kristin Ehnmark y uno de los captores, antes de ser él detenido, se besaban y se comprometían en matrimonio.
Tanto Olsson como Olofsson fueron condenados y sentenciados, aunque más tarde se retiraron los cargos contra Olofsson, que volvería a delinquir. Jan Olsson, en cambio, tras cumplir 10 años de prisión saldría de prisión totalmente rehabilitado y manteniendo una legión de fans.
Durante todo el proceso judicial, los secuestrados se mostraron reticentes a testificar contra los que habían sido sus captores y aun hoy manifiestan que se sentían más aterrados por la policía que por los ladrones que les retuvieron durante casi una semana. El criminólogo Nils Bejerot acuñó poco después y a consecuencia de aquel caso, el término Síndrome de Estocolmo para referirse a rehenes que se sienten este tipo de identificación con sus captores.
Quizás otro caso igual de sorprendente fue el de Patricia Hearst, hija del magnate de la prensa norteamericana Randolph Hearst, secuestrada a principios de 1974 por el Ejército de Liberación Simbionés. La joven terminó enamorándose de uno de los secuestradores y se unió al grupo de revolucionarios, participando en atracos armados, hasta que fue capturada y sentenciada, aunque el presidente Jimmy Carter la indultó posteriormente.
Este síndrome es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, como rehenes, miembros de sectas, niños abusados psíquicamente, víctimas de incesto o prisioneros de guerra o campos de concentración. La cooperación entre el rehén o víctima y el autor se debe en gran parte a que ambos comparten el objetivo común de salir ilesos del incidente. El nulo control sobre la situación por parte del secuestrado le lleva, al parecer, a intentar cumplir los deseos de sus captores que, por otro lado, se presentan como los únicos que pueden evitar una trágica escalada de los hechos. De esta manera, se produce una identificación de la víctima con las motivaciones del autor del delito y un agradecimiento al captor que, en ocasiones, lleva situaciones extremas.
¿Por qué se produce?
La condición peculiar del síndrome, viene definida por un patrón de modificaciones cognitivas, su funcionalidad adaptativa, y su curso terminal como resultado de los cambios psicológicos producidos en la víctima en diversas fases desde que se inicia la situación traumática. Según la modelización teórica, estas fases presindrómicas serían cuatro: desencadenante, reorientación, afrontamiento y adaptación.
En realidad, según los expertos en psiquiatría, «el llamado síndrome de Estocolmo sólo se presenta cuando la persona se identifica inconscientemente con su agresor, ya sea asumiendo la responsabilidad de la agresión de que es objeto, ya sea imitando física o moralmente la persona del agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan». Cuando alguien es retenido contra su voluntad y permanece por un tiempo en condiciones de aislamiento y sólo se encuentra en compañía de sus captores puede desarrollar, para sobrevivir, una corriente afectiva hacia ellos. Esta corriente se puede establecer, bien como nexo consciente y voluntario por parte de la víctima para obtener cierto dominio de la situación o algunos beneficios de sus captores, o bien como un mecanismo inconsciente que ayuda a la persona a negar y no sentir la amenaza de la situación o la agresión de los secuestradores. Lo que se observa en la mayoría de los casos es una especie de gratitud consciente hacia los secuestradores, tanto en los familiares como en los individuos. Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con vida, sanos y salvos y a veces recuerdan – sobre todo en las primeras semanas posteriores al regreso – a quienes fueron considerados durante ese trance o tuvieron gestos de compasión y ayuda. Es comprensible, bajo estas circunstancias que cualquier acto amable de los captores pueda ser recibido con un componente de gratitud y alivio. El secuestrado vive traumáticamente una situación de impotencia, al no poder responder a la agresión de que es objeto, pues lo más natural en el comportamiento, es que si a uno lo atacan que responda al atacante. Si no se puede, si se está imposibilitado de responder con la agresión mínima indispensable para mantener el equilibrio, y se tiene que suprimir o reprimir esa agresión, ella se acumula y va dirigida contra uno mismo. El síndrome de Estocolmo sería entonces una suerte de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación, de simpatía, de agrado por su secuestrador.
Hay que aclarar de nuevo, que el Síndrome de Estocolmo es simplemente algo que la víctima de un secuestro percibe, siente y cree que es razonable que sea de esa manera, sin darle mayor relevancia a la identificación misma ni sentirla como tal. Solamente los que lo ven desde fuera podrían encontrar irracional el que la víctima defienda o adopte actitudes para disculpar a los secuestradores y justificar los motivos que tuvieron para secuestrarlo. Para que se pueda desarrollar el Síndrome de Estocolmo los expertos del tema aseguran que es necesario que el secuestrado no se sienta agredido, violentado ni maltratado. De lo contrario, el trato negativo se transforma en una barrera defensiva contra la posibilidad de identificarse con sus captores y aceptar que hay algo bueno y positivo en ellos y sus propósitos.
Existe un trabajo (Meluk), que señala una especie de gratitud hacia los secuestradores, como si quisieran agradecerles el haberlos colocado en una situación que les permitió reestructurar su personalidad y su sistema de valores.El no presentarse el Síndrome de Estocolmo indica que hay en los ex secuestrados conciencia del daño y de la agresión de que son objeto durante el cautiverio, que lo objetivan en los secuestradores y no e sí mismos y que rechazan asumir como propias las razones que llevan a su secuestro. En definitiva, para detectar y diagnosticar el síndrome de Estocolmo, se hacen necesarias dos condiciones, por un lado, que la persona haya asumido inconscientemente una notable identificación en las actitudes, comportamientos o modos de pensar de los captores, casi como si fueran suyos, y por otro, que las manifestaciones iniciales de agradecimiento y aprecio se prolonguen a lo largo del tiempo, aún cuando la persona ya se encuentra integrada a sus rutinas habituales y haya interiorizado la finalización del cautiverio.
Más info sobre el tema
http://www.caminos.org.uy/sindromedeestocolmo.pdf
Bibliografía:
PSICOPATOLOGIA DEL SINDROME DE ESTOCOLMO, Un Ensayo Etiológico – Andrés Montero Gómez
EL COMPLEMENTARIO Y SU PSICÓPATA, Dr. Hugo Marietan – Editorial Ananké, año 2008.
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