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Escrito el día 07-enero-2022 por Juan Toral
La mejora en el conocimiento médico, en el control de enfermedades crónicas, la optimización de los resultados, la alimentación, el clima, el estilo de vida que brinda nuestro país..son muchos los factores que están haciendo que cada vez sean más las personas que cumplen muchos años. Sin ir más lejos, la esperanza de vida en España en 2.019, según datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística era de 83,58 años, una de las más altas de Europa. Este gran logro que es resultado de décadas de mejoría sociocultural, trae asociado una serie de problemas. Y es que no podemos pasar por alto que, en ocasiones, la tercera edad necesita unos cuidados que pueden ser difícil de dar para los familiares directos, muchas veces enfrascados en el frenético ritmo de vida laboral que dificulta el poder dar en primera persona las atenciones que nuestros seres queridos mayores se merecen.
Paradójicamente, el aumento de la esperanza de vida se debe en parte a las buenas infraestructuras sanitarias que hemos adquirido en tiempos no tan lejanos, aunque en los últimos años, la peligrosa tendencia que está viviendo nuestra sanidad, está dificultando el cuidado de nuestros mayores, al dificultarse el acceso a los centros sociosanitarios, ante las trabas burocráticas y económicas. Esto esta haciendo que muchas familias estén asumiendo en primera persona el cuidado digno que nuestros mayores se merecen y se han ganado, ya que hoy en día, somos lo que somos como sociedad, gracias al legado que nos dejaron. Cada vez son más las residencias de mayores, centros donde las personas de la tercera edad pueden vivir y estar acompañados y supervisados en todo momento. Sin embargo, esta opción no siempre es la más demandada, ya que, si las personas mayores gozan de un buen nivel tanto cognitivo como de salud, la opción que suelen preferir es continuar con sus rutinas y llevar una vida, lo más normal posible. Para este perfil de personas, tiene especial relevancia la figura que se encarga del cuidado de ancianos por horas, que permite que la persona continúe con su autonomía pero recibir ayudas puntuales, para mejorar la calidad de vida de estas personas. Y es que la Ciencia avala que mantener las rutinas favorece o frena en parte el deterioro cognitivo que puede asociarse al cumplir años en la etapa final de nuestras vidas.
Las personas que dan este apoyo en el domicilio de ancianos, son profesionales con formación y vocación, que se adaptan a las necesidades de cada persona. Por mucho empeño que pongamos en el cuidado de una persona mayor dependiente, puede ser necesaria la ayuda de profesionales que ayuden en tareas que pueden parecer sencillas como por ejemplo acciones del autocuidado como duchase, que pueden suponer un peligro debido al riesgo de caídas y fracturas de cadera. Tener un apoyo hará que a nivel mental nos sintamos más liberados y tranquilos, al saber que la salud de nuestros mayores está compartida y tutelada. Los cuidadores tienen formación académica en diferentes campos relacionados con la geriatría como la alimentación, cuidados básicos de enfermería y control de la medicación. Dan un soporte fundamental para tareas físicas: ducharse, vestirse, ayudar a moverse, cambios posturales…Y también tienen experiencia a nivel de la psicología, sabiendo manejar situaciones que, a la larga, pueden desencadenar una sobrecarga emocional contraproducente.
A todo este, no hay que pasar por alto que, si la calidad de vida de la persona lo permite y te decantas por esta opción, suele ser bastante más económica que una estancia fija en una residencia de la tercera edad. El trato es totalmente personalizado y se adaptará a las necesidades de cada persona. Al mantener en parte sus rutinas, la pérdida de autonomía será mucho más lenta ya que las personas mayores, en su domicilio, en principio se sienten más seguras y protegidas que en un medio desconocido, siempre y cuando haya una persona que garantice una buena calidad en el cuidado.
Dar calidad a la última etapa de la vida es un arte, y es que como dijo Henri-Fréderic Amiel, “saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y una de las partes más difíciles del gran arte de vivir”.
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