Categoría: Curiosidades
Escrito el día 03-abril-2014 por Juan Toral
Estoy seguro que todas/os alguna vez en nuestra vida nos hemos arrepentido de hacer justamente lo contrario de lo que habíamos pensado. Y es que promesas como ya no fumo más, me voy a poner a dieta o a partir de ahora voy a practicar deporte son firmes pensamientos que se difuminan como un azucarillo en el cálido pero inestable autoconvencimiento de nuestro pensamiento, ante el disfrute del cigarro, el dulce o el sillón que nos atrapa placenteramente. Una persona puede pensar que los negros son iguales que los blancos y, sin embargo no querer vivir en compañía de gente de color; u opinar que los niños deben estar callados y sin molestar, pero al mismo tiempo estar muy orgullosos de que sus hijos se porten de manera que capten la atención de sus huéspedes.
Y es que en la disonancia cognitiva puede estar la clave de estos dilemas personales, que generan la tensión o incomodidad de mantener dos ideas contradictorias o incompatibles, como el agua y el aceite, que pueden desencadenar en un problema más profundo cuando nuestras creencias dejan de estar en armonía con lo que hacemos.
De manera inconsciente, cuando esta confrontación existe, nuestra mente intenta eliminar o reducir la disonancia. Esto puede hacerse a través de cambios en la conducta, alterando el ambiente o añadiendo nuevas informaciones y conocimientos. Sin embargo, está más demostrado que es más fácil cambiar una creencia que un hábito (no pasa nada porque coma un poco de chocolate cuando estoy a dieta, los frutos del gimnasio se ven a largo plazo, por lo que no pasa nada por no ir hoy), y es que una manera de diluir el dilema es dar más valor a la opción elegida mientras se lo restamos a la alternativa no seleccionada.
La vida está llena de decisiones, muchas de ellas incorrectas. Errar puede crearnos ansiedad por lo que entramos en el terreno de la autojustificación, a través de la cual podemos llegar a inventar nuevas razones o justificaciones que vayan en consonancia con la decisión tomada. Y esto sin duda ocurre desde nuestra libertad de elección, ya que en las personas que se ven obligadas a realizar una acción, no hay lugar para este conflicto que se eleva hasta la esfera de lo moral, por lo que en ocasiones nos amparamos en la excusa de que nos obligaron para buscar una vía de escape a la disociación.
Por lo tanto, el grado de disonancia que experimentamos depende de la importancia de los elementos cognitivos para nosotros, aumentando la disonancia según aumente la importancia que concedamos a los elementos disonantes, y según la proporción de elementos cognitivos disonantes que confrontan con los consonantes.
La Psicología ha encontrado los cuatro mecanismos que tenemos para vencer esta disonancia cognitiva y es que una vez que nos decidimos por una conducta que es disonante con nuestra actitud, buscamos alguna de las siguientes salidas:
– Cambiar uno de los elementos para que sean más coherentes entre sí, ya sea retractándonos de nuestra conducta o modificando nuestras creencias.
– Cambiar la importancia de los elementos, dándole más importancia a aquellas que apoyan nuestra conducta
– Añadir nuevos elementos cognitivos consonantes con nuestra conducta
– Reducir la inquietud recurriendo a tranquilizantes
La disonancia cognitiva no es más que un mecanismo que tenemos los seres humanos para salvaguardar nuestro bienestar emocional, siempre y cuando no nos engañemos a nosotros mismos. Es una válvula de escape emocional para depurar nuestros temores, para evadir la ansiedad de la decisión, del bien y del mal, del error o el acierto.
Y es que en esta vida muchas veces nos habrá pasado como a la zorra de Esopo, que cuando no consigue alcanzar las uvas decide que no las quiere.
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