Categoría: Reflexiones
Escrito el día 25-febrero-2014 por Juan Toral
Han pasado 58 días desde que el Kaiser de la Fórmula Uno cerrara el año con una de esas noticias, que por inesperadas parecen imposibles. Lo habíamos visto tantas veces en lo alto del pódium, celebrando victorias bajo la bandera de cuadros, que pocos podíamos imaginar que la imagen forjada de hombre de hierro pendiera de un hilo. Michael Schumacher sufrió un accidente mientras esquiaba con su hijo en Mèribel (Alpes Franceses) y desde el 30 de Diciembre se encuentra ingresado, en coma inducido en el Hospital Universitario de Grenoble.
Escuetas, pero muy respetables, han sido las informaciones del entorno Schumacher sobre la gravedad de las lesiones. Se ha hablado sobre un importante hematoma cerebral, sobre operaciones y reintervenciones, sobre la complicación de una neumonía nosocomial o sobre la retirada de la anestesia que lo mantiene “enganchado” a la vida a través de los respiradores y las máquinas de una UCI que se ha convertido en el bólido donde tiene que disputar la carrera más importante de su vida. Pero el caso es que se sigue a la espera de una señal que invite al optimismo para celebrar, cual tiffosi un paso al frente de Michael.
Pero los días pasan y las noticias no se producen. Quizás sea su carácter alemán, su férrea entereza, su eterna buena salud de deportista entregado a su cuerpo lo que le haga seguirresistiendo al día a día que marca el pitido de las máquinas que son su sístole y diástole. ¿Pero dónde está el límite? ¿Cuándo apagar las máquinas y retirar el tubo? ¿Cuándo toca enfrentarse a la nueva realidad que es lanzar una moneda al aire con dos cruces y ninguna cara?
Y es que el avance de la Medicina como Ciencia ha hecho que casos mortales por naturaleza hasta hace años, tengan una oportunidad para sobrevivir…pero hay situaciones que por su gravedad son, científicamente, imposibles de revertir. Los avances en la Medicina han dado lugar a un sinfín de problemas bioéticos, y sin duda, la distanasia es uno de los debates emergentes que en el caso de Schumacher brilla con luz propia. La revolución en la Medicina ha sido paralela al desarrollo que también se ha dado en la sociedad, en lo que se acuñó como “generación Pepsi” (Hostler 1983) en las que se defiende el modelo de vidas llenas de energía, vigor y vitalidad, imponiéndose la estética: dientes que brillan, cuerpos resplandecientes…el sufrimiento y la muerte pasaron a convertirse en palabras sucias que debían evitarse.
La distanasia (también conocido como obstinación, ensañamiento o encarnizamiento terapéutico) es el prolongamiento artificial de la vida de un paciente en estado terminal, a través de la realización de prácticas diagnósticas y/o terapéuticas, que no benefician al enfermo que se encuentra en la ultima etapa de su vida, y hasta secundariamente le provocan sufrimiento. A veces estos métodos son desproporcionados, sin tener en cuenta el bienestar y comodidad del paciente y por eso, se conoce esta práctica como obstinación terapéutica, refiriéndose a la apatía de los médicos ante el sufrimiento del paciente. Dicho de otra manera, la distanasia es la prolongación innecesaria del sufrimiento de una persona con una enfermedad terminal, mediante tratamientos o acciones que de alguna manera “calman” los síntomas que tiene y tratan de manera parcial el problema, pero con el inconveniente de estar prolongando la vida sin tomar en cuenta la calidad de vida del enfermo.
Detrás de la obstinación médica, puede encontrarse una postura desviada del fin de la medicina hacia otros intereses (científica: “aprendo con los viejos a tratar a los mas jóvenes”, política, económica, social…), o el miedo a que se le acuse de negligencia y se lo condene por omisión pero también, puede el médico encontrarse presionado por sus buenas intenciones, que le dictan hacer todo lo posible.
Lo más complejo actualmente, no es manejar aparatología, sino decidir si se la usa o se suspende. La revolución tecnológica, trajo aparejada una segunda revolución, de carácter ético: la de quién puede, debe y tiene que tomar decisiones que afectan la vida de una persona. ¿El/la médico?, ¿El paciente?, ¿La familia?.
Por empezar, hay que cambiar en la cultura medica, algunas creencias interiorizadas. Hasta que no dejemos de creer que tratar es sinónimo de curar, no estaremos en condiciones de enfrentarnos a los problemas del enfermo terminal. Otra idea común es asociar la muerte con un fallo, un fracaso que supone frustración para todos, revelándose desagradable y acusadora para la profesión médica.
El éxito de los cuidados intensivos no pasa únicamente por las estadísticas de supervivencia, como si cada muerte fuese un fracaso médico. Debe ser evaluado por la calidad de vidas preservadas o recuperadas, y por la calidad de los vínculos humanos que se establezcan en cada muerte.
La distanasia se ha convertido en un problema ético de gran envergadura especialmente ante el progreso técnico y científico. Aunque este progreso puede ayudar a salvar vidas, no deja de ser una manipulación de la fase final de la vida humana, una interferencia en el ciclo vital en algunos casos. Esta situación genera un debate que obliga a una reflexión sobre los límites éticos de estas intervenciones. Además, un factor que se suma en el debate es el hecho de que para mantener a pacientes «sin solución», son necesarios unos recursos y un presupuesto que puede afectar a la inversión en programas y medios para aquellos pacientes que sí tienen la opción de mejorar.
En 1997, la Organización Mundial de la Salud (OMS) trató este tema en su su informe anual bajo el título de «Vencer el sufrimiento enriqueciendo la humanidad». La publicación señala que es necesario garantizar que el final de la vida humana transcurra de forma digna y lo menos dolorosa posible, ya que el proceso de muerte merece tanta prioridad como cualquier otra etapa, no solamente por parte de los profesionales médicos o de los servicios sociales, sino de toda la sociedad.
– ¿Qué es un paciente terminal?, le preguntó un Residente.
– Alguien que la vida no lo quiere, y la muerte lo rechaza.
Dr. Fernando Víctor Manuel Adara, 1990
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