Categoría: Reflexiones
Escrito el día 22-enero-2015 por Juan Toral
Que las redes sociales y las nuevas tecnologías son una realidad es algo que pocos podrán discutir a estas alturas de la película. Vivimos en pleno siglo XXI, la mayoría somos ya personas familiarizadas con los avances tecnológicos y las nuevas generaciones empiezan a ser nativos 2.0 en su ADN informatizado con el que están creciendo. Vivimos entre Smartphones, tabletas, portátiles y potentes equipos informáticos. Pagamos con tarjeta, hacemos transferencias bancarias sin necesidad de desplazarnos a nuestra sucursal, sin tener que hacer cola; ganamos minutos de vida al pedir la cita para nuestro médico de cabecera; no necesitamos andar entre el mar humano que suele agolparse en las tiendas cuando el cartel de rebajas encabeza el escaparate ya que desde casa, a un golpe de click podemos adquirir la prenda y recibirla en casa.
Pero sin embargo, también existe una cara oculta en esto de la informatización que está sufriendo nuestras vidas, y es la frialdad y el distanciamiento que se está creando. Los niños ya no juegan en las calles de los pueblos, prefieren quedarse en casa dándole a las teclas de sus videoconsolas; las personas por la calle no miran a los viandantes sino que deambulan con la cabeza gacha absortos en sus teléfonos móviles a los que viven enganchados y angustiados por la efímera vida de sus baterías; las reuniones en bares cada vez son menos sonoras, más virtuales pero menos sociales, ya que cada vez se escribe más que se habla; los padres se han convertido en los secretarios de sus hijos al tenerlos controlados en los grupos de WhatsApp en los que los padres del curso hablan de deberes, exámenes y fiestas de cumpleaños…
Y estos detractores tienen razón. Sin ir más lejos, yo soy una de esas personas que peca en exceso del teléfono, que vive pendiente del ruido que anuncia una nueva notificación en las redes sociales, de la entrada de un mail que llevas tiempo esperando, que “ignoro” por momentos a mi pareja cuando estamos tomando un vino y estoy más pendiente del teléfono que de ella.
Pero más allá del justo tirón de orejas que cada uno tenemos que darnos, estoy convencido del poder de las redes sociales. Y es que su poder es mayúsculo. Sin ir más lejos, el pasado domingo al volver a casa tras una intensa y “embriagadora” noche de sábado de guardia contemplé apenado como mi pequeño y aventurero agapornis de 6 meses, el mismo que adquirimos tan solo con días y que hemos criado a base de papilla, bolsas de agua caliente y serrín hasta que sus cañones se llenaron de bellas plumas azules y su pico desarrolló el instinto de supervivencia necesario para lanzarse hacia la comida que abunda en su jaula, había decidido explorar la calle olvidando el camino de vuelta a casa. La angustia y la impotencia, el preguntarle a vecinos sin éxito, el poner carteles en el edificio y en la calle…y de repente, la bombilla que se enciende y se ilumina en los 140 caracteres de un tweet, el llamar a la puerta de @PoliciaLPA y @AyuntamientoLPA y observar como la solidaridad tecnológica de la gente se llena con un aluvión de retweets que convierten en realidad un intento desesperado para encontrar a la mascota perdida. Y es que tan sólo unos minutos después de que la gente empezara a compartir en sus timelines la búsqueda de CuchiCuchi, en mi móvil entraba un WhatsApp con una foto del pequeño, de color azul, barriga grisácea, cabeza negra y gris y ojos saltones muy feos que estaba buscando. A la tarde siguiente, nuestro agapornis ya estaba en casa junto a su hermana, compartiendo juguetes y juegos. Sin conocer físicamente a ninguno de los altruistas protagonistas de esta historia, un imposible se hizo posible.
El poder de las redes sociales, el potencial bien orientado, encauzado hacia el beneficio de todos, el convencimiento de que bien utilizado, la tecnología suma y multiplica. Y de fondo, la confirmación de que la eSalud o Salud 2.0 es el camino, el futuro y ya presente a los que muchos aún se resignan a utilizar, y es que como dijo Mario Vargas Llosa, la incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar.
No se me ocurre mejor forma para cerrar esta entrada con un sincero #muchisimasgraciasatodosporhacerloposible
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