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Escrito el día 18-abril-2021 por Juan Toral
Si algo me han demostrado los más de 11 años que llevo trabajando como médico en Urgencias, es que para morirse, lo único que hace falta es estar vivo. Esta percepción se ha refrendado aún más por esta pandemia planetaria que ha puesto patas arribas nuestras vidas y ha cambiado el significado de la nueva y antigua normalidad. En estos meses virales nos hemos acostumbrado a contar fallecidos con una frialdad que no es más que un mecanismo de defensa que tiene nuestro cerebro para seguir hacia delante. Una enfermedad que no entiende de sexos ni edades, que se ha convertido en una ruleta rusa en la que muchas personas acaban en una UCI conectada a un respirador artificial a la espera de que el tiempo y los tratamientos se impongan en la ardua batalla que se está librando a diario en nuestros hospitales.
Decían y repetían como un mantra, que de esta íbamos a salir siendo mejores personas. A estas alturas de la película ya creo que esto no será así, pero una de las lecciones que podríamos sacar es ser precavidas. Invertir en salud, en prevenir antes que curar y en tener cubiertas las espaldas ante cualquier infortunio, creo que ahora se ha convertido en más necesario que nunca. Por desgracia esta crisis sanitaria y económica, puede hacer que las costuras de nuestra sanidad, se descosan aún más y que lo que había estado oculto cual iceberg que sólo dejaba ver la punta, en los próximos años salga a flote. Listas de espera demoradas en el tiempo, intervenciones quirúrgicas programadas que se dilatan en el tiempo, difícil acceso a prueba complementarias. Hay que invertir en salud y luchar por una sanidad poderosa y digna. Pero aunque esa lucha se pueda vivir en primera persona, quien tiene que salvaguardarla son los Gobiernos y las políticas que se lleven a cabo, voluntades que se escapan de las buenas intenciones del pueblo.
Tener un plan B puede ser un salvoconducto a llegar a buen puerto: poder acceder a métodos de cribado, llegar a diagnósticos precoces, evitar la evolución de las enfermedades, mejorar el pronóstico. No hablo solo de recursos sanitarios, sino de cambiar nuestra percepción de salud. Y es que tener buena salud se consigue con pequeñas metas que parecen invisibles pero que son claves: un buen descanso, una alimentación sana, evitar el consumo de tóxicos (algunos aceptados socialmente que parecen inofensivos y no lo son como el tabaco o el alcohol), una buena higiene mental donde el estrés quede aparcado, un reparador descanso que nos de fuerza para afrontar los días.
Ahora que el final de pandemia del coronavirus parece vislumbrarse a lo lejos (vacunación mediante) conviene que reflexionamos sobre lo que hacemos, lo que tenemos y lo que queremos ser. Invertir en salud, cambiar nuestros hábitos y cubrirnos las espaldas pueden ser nuestra mejor decisión.
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