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Tito y los cuidados paliativos

Categoría: Reflexiones

Escrito el día 12-mayo-2014 por Juan Toral

Andamos perdidos en la trascendencia de lo intrascendente, inmersos en conflictos, preocupaciones e idas y venidas con muchos altos en el camino, cuando el único axioma inexorable de la vida es que al final, todos compartiremos el trance definitivo, con la expiración y el último latir que marcan el punto y final de una historia sellada con las lágrimas del adiós.

Dijo el poeta argentino Borges, que la muerte era una vida vivida, mientras que la vida era una muerte que viene. Y es  que la parca tiene devenires que se saltan la lógica de la cronología vital y las clases sociales: no entiende de niños, de ancianos, de jóvenes involucrados en el amasijo de hierro de un automóvil, de viejecitas caducas apagadas que esperan su muerte en vida; no entiende de pobres ni ricos, de anónimos ni de famosos, de políticos o barrenderos, de médicas o enfermeros… Hace unos días la trágica noticia de la muerte de cinco niños que fallecían tras colisionar el autobús que los llevaba de vuelta a casa tras remontar heroicamente un partido de fútbol sala que perdían 5-1 nos volvía a bofetear con la cruel realidad de nuestra existencia en este mundo, que viene marcada por una fecha de caducidad que desconocemos pero sobre la que basamos nuestra existencia.

Hace unas semanas los focos apuntaron hacia Tito Vilanova. Joven, famoso, deportista…la imagen del éxito, la humildad y el saber estar. El niño que soñó con ser futbolista, el futbolista que fue alumno aventajado, que aprendió en la sombra, que aguantó con entereza dedos en el ojo, que tomó un relevo envenenado en forma de banquillo de un equipo glorioso al que le devolvió a la senda de la victoria. Como si de un río desbocado se tratase, Tito apareció en nuestras vidas: se coló en los telediarios, en la prensa, daba igual del equipo que fueras, incluso sino te gusta el fútbol, su escuálida anatomía era por todos conocida. Apareció con fuerza, como si guiado por el influjo de la manera alcanzara la orilla de la omnipresencia, para hacer amago de retirada cuando un tumor paratiroideo sobrecogió la tranquilidad del triunfador. Pero Vilanova parecía haber ganado el partido más importante de su vida, un partido que él jugó en silencio junto a los suyos, mientras los demás, quizás minimizábamos la posibilidad de complicaciones en uno de nuestros referentes sociales.

Pero de repente, y sin esperarlo, cuando todos creíamos difuminada la sombra del cáncer, Tito anunciaba su retirada prematura. El cáncer había vuelto a dar la cara y esta vez lo haría con más fuerza. Se habló de quimio, se le vio por última vez en un palco del Camp Nou con un aspecto demacrado que no invitaba al optimismo…pero todos en el fondo de nuestro corazón, esperábamos que le diera la vuelta a esta eliminatoria en la que tan sólo podía salir un vencedor; a fin de cuentas Vilanova contaba con la posesión del afecto y el respeto que su persona generaba, pero esta vez el tumor metió el último gol y el pitido del árbitro marcó un descanse en paz prematuro que nos demuestra la dura realidad de esta vida.

Una muerte prematura es un misil que recorre el alma de los seres queridos, que resquebraja cualquier atisbo a la lógica. No podemos estar preparados para una catástrofe natural,  un accidente, un atentado o para un paro cardiaco. Sin embargo, hay ocasiones en las que el adiós se escribe en versos, como si un poema de luto se tratase, en una oda inacabada por el nudo en la garganta que va dejando en los seres cercanos del difunto. Y es que hay largos y sombríos caminos en los que apenas da la luz: una enfermedad degenerativa, un fallo multioargánico que no responde y sobre todo un tumor diseminado con unas metástasis que son minas que van detonando su poder hasta dejar sin aliento un corazón cansado de tanto latir.

Hay una rama de la ciencia médica que encuentra en el sufrimiento del enfermo con un final inminente, el arte necesario para dignificar la muerte y el recorrido que nos adentra en ese callejón luminoso sin retorno. Y es que los Cuidados Paliativos son el silente abrazo que acompaña al enfermo y familiares, es la tirita que sana parte del daño, es el pañuelo que ayuda a secar las lágrimas, es el calmante ansiolítico que intenta quitar miedos y sufrimiento.

En pleno siglo XXI donde políticos y sociedades venden la Medicina como una ciencia de éxito donde la curación parece ser el único resultado posible, la muerte es un buen medidor para cambiar esta percepción, y sin duda, los profesionales que dedican su labor asistencial a los cuidados paliativos, son los Robin Hood de la Medicina, ya que sacrifican su bienestar mental por el tormento que supone el dar la mano del que tiene la muerte escrita en la frente.

La OMS define los cuidados paliativos como un modo de abordar la enfermedad avanzada e incurable que pretende mejorar la calidad de vida tanto de los pacientes que afrontan una enfermedad como de sus familias, mediante la prevención y el alivio del sufrimiento a través de un diagnóstico precoz, una evaluación adecuada y el oportuno tratamiento del dolor y de otros problemas tanto físicos como psicosociales y espirituales. El Cuidado Paliativo es un concepto amplio que considera la intervención de un equipo interdisciplinario, integrado por médicos y otros profesionales como psicólogos, enfermeras, asistentes sociales, terapistas ocupacionales, representantes de la pastoral y voluntarios.

¿Pero cómo surgieron los Cuidados Paliativos? Durante la Edad Media los hospicios fueron lugares de acogida para peregrinos, los que muchas veces venían gravemente enfermos o moribundos. De esta manera, estos lugares no sólo daban refugio y alimento a extranjeros, sino también cuidados a enfermos y moribundos.

La primera vez que se vuelve a usar el término hospicio, pero esta vez directamente en vinculación con el cuidado a los moribundos, fue en Francia, en 1842, fecha en que Mme Jeanne Garnier fundó los llamados Hospicios o Calvarios. Posteriormente en 1879 aparecen Our Lady’s Hospice en Dublin y en 1905 St Joseph’s Hospice en Londres, ambos fruto del trabajo de Las Hermanas de la Caridad irlandesas.

El “inicio oficial” del llamado Movimiento de Hospicios Moderno se le atribuye a la fundación del St Christopher’s Hospice en Londres, en 1967. Los resultados obtenidos en esta institución lograron demostrar que un buen control de síntomas, una adecuada comunicación y el acompañamiento emocional, social y espiritual logran mejorar significativamente la calidad de vida de los enfermos en fin de vida y de sus familias. Este fue el primer Hospicio en el que, además de dar atención a pacientes con enfermedades avanzadas e incurables, se realizó investigación, docencia y apoyo dirigido a las familias, tanto durante la enfermedad como en el proceso de duelo. Su fundadora, Dame Cicely Saunders, es considerada pionera en esta área.

El probable origen etimológico de la palabra paliativo es la palabra latina pallium, que significa manto o cubierta, haciendo alusión al acto de aliviar síntomas o sufrimiento. En castellano, paliar significa aliviar, hacer dulce.
Así mismo, Inglaterra optó por nombrar como Medicina Paliativa a la disciplina que en el año 1987 sería aceptada por primera vez como una subespecialidad de la medicina.

En ese momento “The Royal College of Physicians” define Medicina Paliativa de la siguiente manera:
En 1980 la OMS (Organización mundia de la Salud) incorpora oficialmente el concepto de Cuidados Paliativos y promueve el Programa de Cuidados Paliativos como parte del Programa de Control de Cáncer.

Tito se fue, pero pocos saben que los “jugadores” que compartieron su último banquillo además de su familia, fueron los profesionales encargados del noble arte de la Medicina Paliativa, esa ciencia con alma que abraza y dignifica momentos trascendentales que despiden a la persona que se va, pero que marca a las que lo lloran.

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“Valora todo lo que tienes…uno nunca sabe cuando llegará su momento”

Tito Vilanova

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